Díalogo

Posted by Renzo Donovan | Posted in | Posted on 13:49

Voz: ¿Me oyes cristiano? ¿Me oyes?

Hombre: No lo digas que no lo soy.

Voz: ¿Y por qué me lloras?

Hombre: Porque te he sido infiel.

Voz: ¿Una vez más? No interesa. El hombre tiene pies y corre para no sufrir. Sin embargo, yo apacible lo espero, esa es mi tarea, mi proeza, mi condena. Así amamos nosotros, los devotos.
Hombre: Lo sé. Pero aún no te he dado motivos. ¿Los necesitas? ¿De verdad los quieres? Tú, mi amargura perpetua.

Voz: Continua.

Hombre: En las noches frías del otoño al invierno, no me resistí, me enamoré como desde que nací no lo hacía. Era ella tan tersa, tan fría, tan mía, y luego tan del silencio; labios rosas, suaves, casi como cristales que como esta noche sola quise enjaular. En fin, era la mujer, esa que necesitaba, esa que en cada célula agitaba la imaginación como jugando con hilos de caricias y placer, mientras cosía mi felicidad hacia el amanecer.
Ella y yo, trotamos por entre los árboles de ilusiones maduras, como salvajes y libres potros valientes. Esos que nunca descansaban sino que diluían entre la sangre, la pasión en dosis pura, para abrazados seguir no hacia adelante, sino hacia el cielo.
Sin embargo, fue en el vergel donde encontré un suspiro suyo que sabía a amargura, a apatía, a crudeza. La seguí amando. Y la luna sabe cuánto la amé, cuánto vibraron mis lágrimas intentando cantar su nombre para poder tenerla cerca solo por dos segundos.
Hasta que vi dos alas despegar hacia el suelo, eran mis esperanzas y mis detalles. Las rosas fueron entonces opio, y la pasión fue entonces llanto seco y quedo. Y mi amor, todo de él fue entonces insuficiente.
Rompí uno a uno mis dedos contra las estrellas en busca de sus ojos en una de ellas, y solo me llegó el eco de su olvido…el triste eco de su “ya no más”.
Aquella tarde de alma nocturna y rostro radiante, en un rincón de mis decepciones, me acordé de ti, de tus manos, tus labios y tu rostro. Y resolví volver a ti, como cuando te dejé en el verano pasado.

Voz: Entiendo. Soy tu puta consoladora, la perra que te espera en el pórtico de tus melancolías.

Hombre: No puedo más que ser sincero. No he de mentir.

Voz: Lo comprendo, lo sé, no te apures, mi amado. Soy así, vienen todos a mí, cuando yo nunca los dejo. Aguardo acechando a distancia, su impaciencia, sus gemidos, sus alaridos de ondas amargas, su deseo de morir y de matarse. Me deslizo, y los cojo por el brazo, los embriago y luego los llevo a la cama. Me acuesto con ellos para que prueben cada fibra mi piel, para que sean mis pequeños monaguillos devotos.

Hombre: Sí. Y soy tu preferido o quizá tú eres mi preferida. Bésame que quiero olvidar.

Voz: No hoy. Primero me implorarás, me clamarás, hasta que me desees lejos. Solo ahí iré a ti, y te mostraré que es respirar consuelo de madre sin hijos. 
No llores. Qué patético, tú que sufres, tú que te aniquilas, tú que te contradices, tú que te escondes, tú que te engañas, tú que torturas, tú que nunca olvidas, tú que siempre amas y por hacerlo te destrozas, tú que siempre esperas y causas llagas en tus pies, tú que siempre deseas y crees, cuando todo va en contra tuyo.
Estúpido tú.

Hombre: No, mi amada, soy solo tuyo. Soy solo poco. Soy solo un Hombre.

Voz: Ven. Hazme el amor. Olvidemos tu infidelidad. Olvidemos todo.

Hombre: Olvidemos hasta que eres tú, mi eterna Soledad.

Voz: Tu Soledad, tuya solo tuya, por siempre.
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SILENCIO

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